Del telar salian prendas totalmente terminadas,
las mantas o piezas
textiles que vestían al indígena, cuya indumentaria no requería de costuras. Con la
introducción del vestido español, ceñido a las líneas del cuerpo mediante el corte y
costura de la tela, fue imprescindible la intervención de un nuevo artífice: el sastre.
En España la producción del
vestuario de categorías en tiempos de la Conquista era compleja y requería diferentes
especialistas: sastre, jubonero, zapatero, ropero tejedor, pellejero, tundidor, curtidor,
pasamanero, orillero, gorrero, sedero tintorero, bordador y muchos más, cada uno con
tarea diferente pero todos en género masculino, porque eran oficios prohibidos a las
mujeres.
La esencia de cambio y
variación que es propia de la moda debió resultar contagiosa para quienes se
desempeñaban en el medio, y aunque lenta, su movilidad fue continua. Gracias a su
habilidad, arte o artimañas, algunos sastres colocados cerca de quienes ejercían el
poder fueron aficionándose a él hasta tal punto que en nuestra propia historia los
encontramos en varias oportunidades participando activamente en política; a las mujeres
las veremos ejerciendo, casi con exclusividad, en el campo que les había sido vedado: la
costura y la moda.
Hubo, indudablemente,
“mucha tela cortada” para que esto sucediera y aún más para la transformación
del artesano en el modista, artista y dictador de la moda del siglo XIX. Quizá todo
comienza con la creciente importancia del vestido en las cortes europeas desde finales de
la Edad Media y se establece con el surgimiento de la moda durante el Renacimiento. Los
sastres, que anteriormente se ocupaban únicamente de coser, comenzaron a desarrollar una
práctica y un arte en el corte, imprescindibles para lograr los cambios de indumentaria
deseados.
Su oficio, que se había
tenido en poca estima, comenzó a ganar prestigio e importancia, y, poco a poco, dejaron
de consultar los deseos de los poderosos para comenzar ellos mismos a decidir e imponer
modas y estilos.
Los gremios de sastres
figuran desde el siglo XIII, regulados por sus propias ordenanzas; esa organización vino
con ellos a América. Su presencia, que se incorporó con la colonia española, perdura
con un mismo propósito y diferentes métodos. Desde los talleres de sastres y modistas,
podemos asomarnos a una parte de la historia nacional.
LOS SASTRES ESPAÑOLES
En la España de Carlos V los sastres tuvieron el mismo nivel que los obreros
y labradores. Como ellos, no tenían derecho, fueran ricos o pobres, a vestir igual que
las clases superiores; su desempeño se controlaba rigurosamente, hasta el punto de que se
tasaba la cantidad de tela requerida para cada pieza y, en caso de que el cliente no
quedara satisfecho, podía exigir una indemnización.
En la medida que el traje se hizo
más rico y complejo, su confección fue más delicada y mejor remunerada, con lo cual el
sastre adquirió una mejor posición, En 1554 los procuradores acusaban a los sastres de
“haber inventado muchas
maneras de guarniciones que costaban más las hechuras que
las sedas”.
A finales del siglo XVI, se
publicó en España el primer libro de sastrería, obra de Juan de Alcega; en el siglo
siguiente -1618 y 1640- se registran dos nuevas obras españolas sobre el tema, y otra en
1720. Los maestros de sastrería ofrecían a sus colegas el secreto de su ciencia, para
cuyo desempeño se requerían, además del dominio de la confección, conocimientos de
geometría y manejo del compás, aritmética y esencialmente manejo de los números
quebrados.
Pese al reconocimiento que tenían los grandes maestros de la sastrería, su
oficio de carácter manual los mantenía sometidos a las mismas limitaciones de los
artesanos. En 1686, la “Pragmática contra el abuso de trajes y otros gastos
superfluos”, les reitera las prohibiciones de usar vestidos de seda, asignándoles
los de paño, jerguilla, raja o bayeta, sin ninguna mezcla de seda, y permitiendoles, como
único adorno, llevar mangas de terciopelo o raso y sombreros forrados en tafetán.
Durante el reinado de Felipe
IV, cuando se hicieron más rígidas las normas tendientes a frenar el lujo en el vestido,
se acusaba a los sastres de inducir a sus clientes a la ostentación y derroche, no sólo
en las telas sino en los detalles de la confección. Al sastre que cortara, hiciera o
mandara hacer alguna de las prendas prohibidas se le podían confiscar, además de
multarlo y desterrarlo hasta por dos años; en caso de reincidencia, podía ser condenado
a cuatro años de prisión.
LA MODISTA, ESE INVENTO FRANCES
Las mujeres francesas, autorizadas desde el
siglo XVII a trabajar en lencería y en trajes de niño, fueron abriéndose camino hacia
el comercio de la moda y de la ropa femenina. Ayudadas por las damas de la corte, que
alegaron razones de pudor y modestia, lograron que el rey las autorizara a confeccionar
trajes y sombreros de señora, y a reunirse en corporación. Ese logro se anticipó unos
pocos años a la Revolución Francesa, a partir de la cual quedó abolido el privilegio
masculino de confeccionar trajes para mujeres.
A mediados de siglo, el negocio local de ropa
fina para señoras estaba en manos de modistas francesas; además de la señora Gautron,
en 1852 anunciaban su tienda con mercancías europeas Genni de Jannaut (su marido, Juan,
se anunciaba como “sombrerero de París”), Eugenia Mouthon y la señora
Villaret.
Sobre el suceso que ello representaba, una coplita de la época decía:
Un frenético cariño,
una violenta pasión,
se prueban, mi amado niño,
con una capa de armiño
o un traje de la Gautron.
La presencia de las francesas parecía dar un
aire cosmopolita a una sociedad provinciana, y así lo destaca un articulista de El
Neogranadino, al referirse al progreso de Bogotá en 1853: “en todos los barrios se
refaccionan o edifican casas, se enlozan calles, se hacen elegantes almacenes [...] cada
año se importan 10 o 12 pianos excelentes [...] los extranjeros útiles, artesanos,
ingenieros y modistas, se multiplican”.una violenta pasión,
se prueban, mi amado niño,
con una capa de armiño
o un traje de la Gautron.
Apoyadas por las variadas revistas de modas que llegaban de España, Francia y Estados Unidos, y por la observación de los vestidos encargados al exterior, las modistas locales se las arreglaban para ofrecer a su clientela las copias más aproximadas de la moda europea.
Para entonces los ricos y quienes los imitaban estaban al día con la moda internacional, cuyas características, a su vez, se difundían entre las clases de menores recursos. El activo comercio de importación, lícito o ilícito, fue decisivo en la generación de ese cambio.
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